Había una mujer bailando (2da parte)

(...)

Había una mujer llorando cuando entré a la habitación privada. Había tan poca luz en los alrededores, había tanto
resplandor en sus lagrimas mojadas. Verla dejó de ser una fiesta para ser un entierro, una muerte, un cuento y un momento.
Una sonrisa apagada.

Ella no me miró cuando entré.


Un hombre le secaba las lagrimas con un pañuelo de mentiras. El solo quería sexo, el solo quería vivirla. El estaba
confundido con su propia caja de ironias.

El era el ogro de mi cuento.

Ella lo besó y el mundo se detuvo. Sus labios se bañaron en su sexo, su boca se apagó en su murmullo. Yo nunca supe
porque tuve que ver.

Yo tuve un dejá vu en ese momento.

El entendió el error que había cometido. Ella era la dama prohibida, la que no debía tocarse. Las hormonas y el calor
lo llevaron a de ella formar parte. Pero muy tarde que entendió.

Una sombra se acercó por su espalda.

Ambos derramaron su sangre, ella corrió a mi cuerpo asustada, sin saber que hacía entre mis brazos. Yo la acepté.
El abrazo fue eterno como un lazo, su mirada penetrante me pedía un auxilio, sin saber cuanto me estaba poniendo a
mi en peligro.

Yo lo ignoré.

La tomé de la mano y salimos por un agujero. Y aunque no lo entendimos nuestros cuerpos se unieron por la noche entre
palabras y sexo. Que importaba morir, que importaba la vida, por un momento de sus besos.

Ella me miró y pensó que lo logré...

Un día amanecí y en mi cama no encontré su cuerpo. Y aunque busqué, entendí que había llegado mi momento. Las noches
pasaron y la sombra me seguía, como esperando el momento perfecto.

Un día entré al bar y muy de lejos la besé.

Había una mujer bailando entre lagrimas cuando entré al bar de media noche. Las luces la apuntaban y apuntalaban el deseo.
Yo sentí la punzada de la muerte por la espalda y no opuse resistencia. Entre sombras y de lejos le hice el amor
por última vez. Lloramos un rato en el cielo. Valió la pena tanto entierro.

Y al perderla supe que había vivido almenos, una vez.